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Vicente Feola, mucho más que un tecnico

Fue un entrenador de fútbol brasileño. Fue famoso por ser el seleccionador nacional con el que la selección brasileña ganó su primera Copa de Mundo en 1958. De padres italianos, nació en São Paulo donde también residió. Desde 1937, pasó por el São Paulo FC varias veces a lo largo de su carrera y ganó en dos ocasiones el Campeonato Paulista en 1948 y 1949. Bajo su mando, Brasil jugó 74 veces, habiendo ganado 55 partidos, empató 13 y perdió 6 veces. Murió en 1975, a los 65 años.

Como un teórico precursor de un saber instalado, su juego fundó una corriente de símbolos que hoy en día aceptamos como si fueran de toda la vida.

Fue seleccionador nacional de Brasil en 1958, Feola presentó a un Pelé de 17 años al mundo del fútbol, ganando la Copa Mundial en Suecia, siendo el primero y hasta ahora única vez que un equipo no europeo ha ganado un Mundial en suelo europeo. El equipo entrenó en Hindås en Suecia durante el torneo Más tarde, Feola fue nombrado entrenador del club argentino Boca Juniors durante 1961. Volvió como entrenador de la selección brasileña en el 1966 para la Copa Mundial de la FIFA de 1966. El Ítalo Feola tiene al menos un enorme motivo para no ser olvidado en Brasil, pero su fama es de las más cuestionadas. Feola se convirtió en el blanco ideal de las insinuaciones acerca de su supuesta falta de autoridad. Es el arquetipo de técnico que tiene carácter tranquilo y amable: tan confiado que cedía el mando del equipo a los jugadores veteranos, y tan tranquilo que a veces se quedaba dormido en el banco de reservas. Sin embargo, también estuvo al frente de una confusa y desastrosa campaña de la Copa Mundial de la FIFA 1966™. Pero, a pesar de todo ello, fue el seleccionador que guió a los brasileños a la conquista de su primer título mundial, en 1958. El Brasil del 58 clavó su bandera mucho más allá de las estadísticas. ” ”. Él le dio importancia TÁCTICA a los más talentoso como el que se pusiera el número 10, "en tanto versión moderna": aquel capaz de diferenciarse del resto de sus compañeros en un pase o una gambeta, el único habilitado para sostener mediante la promesa de su inventiva las ilusiones del público, probablemente haya sido parido por Pelé en tierras suecas. Hasta entonces, la numeración de las camisetas era simplemente una cuestión azarosa en virtud de alivianarles la labor a los relatores radiales. Por casualidad recibió la 10 ese joven de 17 años que ya proyectaba en el Santos su estirpe fenomenal. Los dirigentes de la delegación brasileña enviaron la utilería sin haber estampado la numeración. Un dirigente uruguayo, compadecido por el contratiempo de sus hermanos brasileños, se tomó el trabajo de hacer coser los números de las camisetas asignándolos sin ningún criterio.

Es improbable, como poco, que alguien pueda pasar dieciséis años directamente vinculado a las principales decisiones del fútbol brasileño —algunas de las cuales acabaron siendo determinantes en su historia— sin ser más que un tipo simpático, sin ímpetu y somnoliento. Pero el falso mito que surgió en torno al entrenador, acrecentado por el fracaso de la Seleção en Inglaterra 1966, dejó una huella mayor que sus logros. Por lo menos, eso es lo que aseguran algunos de quienes los vivieron como protagonistas. En aquel momento, el entrenador de la Seleção no era precisamente un recién llegado. Feola había pasado más de veinte años, entre idas y venidas, al frente del São Paulo Futebol Clube, cuyos colores había defendido en su época de futbolista, que según él no fue demasiado brillante. Durante ese periodo, resultó fundamental en la vida de otro nombre gigantesco del fútbol brasileño: Leônidas da Silva. “Fue Feola quien insistió para que el São Paulo me fichase, cuando yo estaba en el Flamengo, en 1942. Y también me convenció para que no colgase las botas en 1947”, explicaría el máximo goleador de la Copa Mundial de la FIFA 1938. “Acabé cediendo, y fui campeón estatal de São Paulo en 1948 y 1949”, recordó Leônidas en declaraciones al periódico O Estado de S. Paulo cuando Feola falleció en 1975, a los 65 años, debido a una insuficiencia cardiorrenal. Vicente Feola también estuvo ahí cuando los brasileños disputaron su primer choque por el título de una Copa Mundial de la FIFA, el traumático Maracanazo de 1950, en calidad de ayudante de Flávio Costa. Con el aval de ese currículo, en 1958 Paulo Machado de Carvalho, jefe de la delegación brasileña, lo nombró entrenador al frente de un cuerpo técnico mayor y más organizado que cualquier otro que hubiese trabajado antes con la Seleção. Y también por eso, por haber sido el primero en tener a su disposición delegado, preparador físico, médico, administrador, dentista o psicólogo.

De su estilo comenta el legendario Mário Jorge Lobo Zagallo, él mismo uno de los directamente afectados por una decisión suya. Antes del torneo mundialista de 1958, Zagallo luchaba por hacerse con uno de los dos puestos de extremo izquierdo del plantel con Canhoteiro y Pepe, dos jugadores más habilidosos que él, pero que no tenían el hábito del que Zagallo había sido pionero en esa demarcación: retroceder para ayudar en la defensa cuando el equipo no tenía la pelota. “Hasta entonces, Brasil usaba un 4-2-4 clásico y sin éxito. En el 58, yo acabé siendo una pieza importante para Feola, que me colocó como ese jugador que actúa de extremo ofensivo cuando Brasil tenía el balón y, cuando lo perdíamos, se transformaba en mediocampista para apoyar a Nilton Santos en el lateral izquierdo. Tengo mucho que agradecer a su filosofía. No es que él se dirigiese a mí y me dijese ‘juega así’, sino que vio cómo lo estaba haciendo yo en el Botafogo. Entonces, fue la primera vez que se produjo un cambio táctico dentro del fútbol brasileño.

Tanto es así que el imaginario del fútbol brasileño suele atribuir los grandes cambios que se produjeron en aquel equipo 1958. Las dos modificaciones para el decisivo duelo ante la Unión Soviética: la salida de Joel y Mazola y la entrada, en el once titular y en la historia, de Garrincha y Pelé. Después de que el doctor Hilton Gosling [médico del equipo] diese el alta a Pelé”, añade, versión que corrobora O Rei en una charla. Una entrada de Ari Clemente durante un amistoso de la Seleção contra el Corinthians, en los preparativos para el torneo mundial 1958, había provocado a Pelé dolores en la rodilla derecha. Llegó a dudarse de su presencia en Suecia. Antes del encuentro ante los soviéticos, los dos, Feola y Gosling, hablaron con el entonces muchacho de 17 años. “El doctor Hilton llegó y dictaminó: ‘está listo’. Y, enseguida, Feola dijo: ‘Entonces prepárese, porque va a entrar”, cuenta Pelé. “Él era el niño mimado de Feola”, confirma Zagallo. “Yo ni siquiera conocía a Pelé, porque nunca había jugado en el Maracaná. Pero Feola, entrenador del São Paulo, sí lo había visto, y mucho”. También en el caso de Garrincha, Zagallo, testigo presencial de todo aquello, apunta un dato revelador: “Joel, compañero mío en el Flamengo, compartía habitación conmigo en la concentración, y después del segundo partido dijo: ‘Zagallo, siento un dolor en la rodilla...’. Yo le contesté: ‘Mira, si dices algo, vas a acabar saliendo del equipo’. Pero él insistió: ‘Ah, pero lo noto. Voy a decirlo’. Después, entró Garrincha. Si se pregunta a algunos periodistas, van a seguir manteniendo. “En la víspera del partido contra la URSS, que tenía su centro de entrenamiento justo al lado del nuestro, tuvimos nuestra sesión de práctica. Toda la prensa estaba interesada únicamente en Pelé y Garrincha juntos, y entonces Feola cambió por completo el esquema de juego: cambió a todo el mundo de posición, para que nadie pudiese saber quién era quién ni cómo iba a jugar Brasil”. El resto es historia. No hay mejor manera de definirlo. La selección brasileña, a partir de entonces, ganó sus compromisos jugando cada vez mejor, y convirtiéndose a la vez en el equipo legendario de Pelé y Garrincha. Brasil enterró su complejo de conjunto desorganizado y, de inmediato, se convirtió en sinónimo de fútbol bonito y eficaz, y se adjudicó la siguiente edición, en 1962. Ese año, Feola no pudo participar de nuevo tan solo por un problema de salud. Desde entonces, y hasta el día de hoy, los brasileños aprendieron a considerar un fracaso cualquier campaña que no suponga ganar el título mundial.

Es posible pues que Feola fuese víctima del exceso de expectativas que ha pasado a ser una característica del fútbol brasileño, acostumbrado a tantas victorias consecutivas. Irónicamente, él fue el primero que trató de imbuir esa mentalidad ganadora, y también, por encima de cualquier otra cosa, el primer entrenador brasileño campeón del mundo.

Nilton Santos comento “A los defensores de hoy los envidio: no por el dinero que ganan, sino por las libertades que tienen”. Nilton Santos, acaso el mejor lateral izquierdo de todos los tiempos, jugaba y declaraba del mismo modo. Durante el Mundial de Suecia 1958 inauguró el estereotipo del carrilero moderno. La vocación ofensiva de su juego sacudió para siempre los paradigmas defensivos. El libreto conservador seducido por la astucia improvisada que implica esa acción: pasar al ataque. Su caso es un símbolo de la implicancia de aquel equipo brasileño, que se consagró por primera vez en una Copa del Mundo. Mucho más allá de la estadística, de la gloria bautismal de Pelé y Garrincha, este Brasil fue grande por haberle puesto un bache a la historia de la pelota.

La última etapa de Vicente Feola al frente de la Seleção fue la Copa Mundial de la FIFA 1966, marcada por una preparación rodeada de un clima propio de comicios políticos y de autoconfianza exagerada. Los ensayos fueron desastrosos, con constantes viajes y la convocatoria de nada menos que 47 jugadores, de todos los rincones del país, para el periodo de entrenamientos. Por muchas razones, no funcionó, y la justificación más simple fue concentrar toda la responsabilidad de la frustración en aquel gordito tranquilo y bonachón, que no se atrevía a levantar la voz.

Lo que influencio en consciente colectivo para asumir "mentalidad ganadora" fue el fantasma del Maracanzo, aquella épica remontada uruguaya en la final del 50 que constituye la mayor tragedia deportiva del pueblo brasileño, reñía contra un presente que no admitía dudas. El Brasil de Pelé, Garrincha, Didi, Vavá, Zagallo, Djalma Santos y Nilton Santos era el mejor equipo del mundo. Pero en el fútbol de esos tiempos no bastaba con ser el mejor. Era un fútbol sin televisión pero igualmente infestado por los intereses de los gobernantes como hoy en día. Los afanes localistas bastaban para prohibir cualquier gloria justa. Nada podría, sin embargo, interponerse entre Brasil y la copa, la primera de su historia. El 5 a 2 sobre el equipo local, con dos goles de Pelé quien fue llevado en andas durante la vuelta olímpica, es el punto de partida del país más exitoso de todos en materia futbolística. Ocho años después del Maracanazo, El Scratch se consagraba por primera vez en su historia. Aquel Mundial fue el bautismo de oro de Pelé y Garrincha, un campeonato que marcó un antes y un después en las formas de jugar al fútbol.

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